Hoy 18 de enero acabamos de ver la 1ª. golondrina. YA ESTÁN AQUÍ. Gracias una vez más.
Tenía guardado este artículo de L. Goytysolo y aquí está.
EL EJEMPLO DE LAS GOLONDRINAS
(Artículo de LUIS GOYTISOLO en "El País" del
7-12-02)
La LOGSE fue una ley a la que cabe atribuir no ya una merma
en la capacidad intelectiva y en el bagaje de conocimientos de como mínimo una
generación, sino también -y sobre todo- una merma en su horizonte vital. Lo que
resulte de la LOCE, el tiempo lo dirá. Ahora bien: ¿corresponde por entero a la
LOGSE la culpa de tantos males? ¿Tan grande es el poder de una ley que en
definitiva no hace sino reglamentar el qué y el cómo de la enseñanza, es decir,
que no es en sí misma enseñanza, sino el simple reglamento de una enseñanza?
¿No valdría la pena indagar si, al margen de la bondad o maldad de la ley, el
campo de aplicación de esa ley, esto es, la realidad social española, no ha
tenido también su responsabilidad, no ha puesto algo de su parte en el
desaguisado, por más que los políticos se resistan a contárselo así a sus
electores?
Parece lógico intentarlo, sobre todo si tenemos en cuenta
que en la sociedad española, paralelamente al desarrollo de la LOGSE, llegó a
crearse un estado de opinión asentado en dos presunciones igualmente
equivocadas. La primera de ellas, todavía sólidamente establecida, consiste en
dar por hecho que la adolescencia es la edad en la que hay que disfrutar de la
vida, por lo que la tarea de aprender (de aprender a disfrutar verdaderamente
de la vida, entre otras cosas) es algo que jamás debe agobiar al estudiante ni
contrariar ese disfrute. Se trata de un planteamiento residual, de origen
ácrata, que el consumismo creciente de la sociedad española no ha hecho sino
potenciar, toda vez que disfrutar de la vida y consumir han venido a ser
conceptos sinónimos.
La segunda de esas presunciones equivocadas consiste en
suponer que disfrutar de la vida es ni más ni menos lo que hace masivamente la
juventud actual, tal vez porque se trata de algo que sus padres nunca tuvieron
ocasión de hacer: llevar una vida virtual, pendiente del móvil e Internet, con
figuras como las propuestas por Gran Hermano y Operación Triunfo como modelo de
conducta. Y para los fines de semana, los juegos de rol, el botellón y las
pastillas, con lo que el máximo disfrute de la vida termina siendo el
desentenderse de ella. Se trata de colocarse por la vía rápida, de salirse, con
sobrecogedora frecuencia de forma definitiva mediante el procedimiento de
estampar el coche o la moto contra un obstáculo cualquiera. En las grandes y
pequeñas ciudades y también en el campo. Paso en el campo largas temporadas y
un conocido de por allí, que ahora ronda la treintena, me cuenta que de su
grupo de amigos, cuatro han muerto en diversos accidentes de circulación; él,
por su parte, se pasó una buena temporada en silla de ruedas.
Vivir plenamente es algo que debiera procurarse en todas las
épocas de la vida, aunque si hay una que merezca especial agasajo es la de los
jubilados, no la de los escolares. La juventud es sobre todo una época de
aprendizaje y el goce de la vida propio de esa edad debiera ser el que se
deriva de una feliz realización de ese aprendizaje. Algo que falla mucho más
-prescindo de las numerosas excepciones a la regla- en la juventud española,
más bronca, de peores modales, más insensible a la belleza, que en la de los
vecinos países europeos. Vivir plenamente no es un don natural, sino algo que
requiere un adiestramiento tal y como nos enseña -eso sí- la naturaleza.
El pasado verano tuve ocasión de observar las diversas fases
del adiestramiento al que son sometidas las crías de las golondrinas. Es algo
que a grandes rasgos conozco desde siempre, pero hasta ahora no se me había
ocurrido fijarme de forma sistemática en sus ejercicios. Se trata de un
adiestramiento técnico, pero también cultural y hasta ético. Así, cuando las
crías son ya capaces de alinearse ordenadamente en los cables eléctricos para
ser alimentadas por sus padres, si la impaciente glotonería de alguna le lleva
a arrebatar del pico de la madre la comida destinada a otra, en cuanto llegue
su turno, la comida que en principio correspondía a esta espabilada será
implacablemente destinada al buche de la cría que fue víctima del expolio. Ese
reparto equitativo de alimentos, inicialmente recibidos en posición estática,
pronto empieza a realizarse en pleno vuelo, un vuelo cada vez más complejo y
versátil. Y del vuelo simple, progresivamente alargado de tiro y prolongado en
el tiempo, pronto se pasa a la práctica del vuelo rasante, de los picados y del
frenado en seco, entre las hojas de una trepadora, por ejemplo, sin estamparse
contra la pared, así como se les inicia en el arte de beber el agua del
estanque sin detenerse ni zambullirse. Empiezan luego las clases de vuelo en
formación, todos a un tiempo y en la dirección adecuada, para finalmente salir
literalmente de maniobras en dirección al monte, del que no vuelven hasta el
atardecer. Sólo después de todo eso, al cabo de unas semanas, las asambleas de
los diversos grupos y familias empiezan a ensayar el éxodo colectivo, ya pocos
días antes de iniciarlo. La forma, me dije, de que las jóvenes golondrinas le
saquen todo el jugo a la vida en tanto dure el vuelo. Mientras que en nuestra
sociedad se tiende cada vez más a dar suelta a los jóvenes en edad escolar sin
la instrucción ni las instrucciones necesarias para evitar que pierdan el
rumbo, que lleguen incluso a pegársela sin haber alcanzado a saber no ya lo que
es volar, sino, sobre todo, lo que es vivir.
No estoy sugiriendo que a los chicos y chicas en edad
escolar se les adiestre como golondrinas, ya que no son golondrinas. Pero
aprender a vivir supone un esfuerzo y los esfuerzos cansan y suelen ser
instintivamente evitados, por lo que el peor favor que se puede hacer a esos
chicos y chicas es intentar ahorrarles tal esfuerzo. Sólo así, del mismo modo
que las golondrinas aprenden lo preciso para vivir plenamente, los escolares aprenderán
también lo preciso para vivir plenamente el tiempo que tienen por delante,
abiertos a la vida, al mundo en que transcurre, con las mínimas carencias
posibles en el terreno