domingo, 21 de octubre de 2012

Los Baños de la Marrana




LOS BAÑOS DE LA MARRANA

 

Pues Señor, corrian los últimos años del siglo XIX.Isla Plana era un pequeño pueblecito del Oeste cartagenero cuyos habitantes se sustentaban a caballo entre la agricultura de secano y lo que se sacaba de la pesca, que tampoco daba para mucho.En una de las humildes casas, próxima a la orilla de la playa, vio la luz por primera vez la protagonista de nuestra historia. Fue la última en nacer de los seis hermanos, pero no por ello demostró menor vitalidad, luchando desde el primer momento por agarrarse a uno de los pezones de su oronda madre que, entre suaves y cariñosos gruñidos, miraba a su nutrida prole con los ojillos entrecerrados tumbada bajo el suave sol de Febrero en nuestro pueblecito costero.

Pero una cosa es la voluntad de mamar y otra muy distinta que tus hermanos te dejen.¿Cómo podria un ser tan frágil de nacimiento como nuestra protagonista, lograr sitio en la mesa entre sus cuatro hermanos varones, cada día más brutos, y aquella fornida hermana cuya única misión en la vida parecía ser la de comer? ¡Y vaya si comía!. A los tres meses de su nacimiento sus escurridas caderas se habían transformado totalmente desarrollando unos enormes glúteos que se movían como masas de gelatina cada vez que su cuerpo se desplazaba. Y no digamos nada de los chicos, cada día más rollizos, luciendo una incipiente papada y con pero educación, si ésto fuese posible, que el día que vinieron al mundo.

Contrariamente, nuestra chica se había encanijado progresivamente. Sus piernas eran cada día más delgadas y su cuerpecillo más flaco, hasta  tal punto, que a través de la piel se podían contar sin gran esfuerzo las costillas. La leche materna era cada día más escasa y los tiempos malos, no abundando la comida extra que aquella mujer vestida de negro, con pañuelo a la cabeza, les llevaba a su madre y a sus hermanos un par de veces al día y que, antes que sus débiles miembros le permitiesen levantarse, había desaparecido en medio de empujones y gritos. El nuevo embarazo de su madre acabó de complicar las cosas. Desapareció de su vida, si bien la podía oir cerca de donde vivía, y por fin un día llegó a la casa un hombre con su carro, al que llamaban "el recovero", que se llevó para siempre a su hermana la gorda y a tres de los chicos. A su otro hermano lo pusieron aparte y se dedicaron a hacerle engordar con raciones extras de alimentos, incluso maíz, higos secos y amasijo de salvado que él tragaba glotonamente casi sin respirar, mientras que a ella le abrieron las puertas de la casa donde habia nacido y la dejaron libre para que se buscase la vida por las calles del pueblo ya que, según había oído, no merecía la pena gastar en alimentarla dado que no se esperaba que durase mucho tiempo.

Día tras día nuestra heroína, enflaquecida, con sus huesos doloridos por el raquitismo y casi sin poder andar, deambulaba sin rumbo recibiendo de algún vecino compasivo los despercidios de la comida o algún trozo de pan duro olvidado, Dios sabe cuanto tiempo, al fondo de la alacena.

Cierto día del mes de Diciembre, cuando ya se había cumplido el año largo de su nacimiento, se acercó a su casa para descansar y beber agua. La animación era inusual y eso la extrañó. La mujer del pañuelo negro, en unión de otras dos mujeres, calentaba agua en una gran caldera y el olor de la cebolla cocida inundaba el aire. El hombre que vivía con esa mujer y que ella había visto bajar varias veces de una barca en la playa , traía a su hermano maniatado y acompañado de otros tres hombres se encaminaron hacia una mesa baja. Llegados allí, le pasaron una cuerda alrrededor de la boca y lo subieron a ella donde lo sujetaron entre tres, mientras el cuarto, armado de un gran cuchillo, lo hundía en esa papada que ella tanto envidió cuando era pequeña y de la que manó, al instante, un gran chorro de sangre que la mujer del pañuelo negro removía con la mano en un lebrillo de barro impidiendo que se coagulase.

Horrorizada por lo que había presenciado huyó lo más aprisa que sus débiles miembros le permitían y así tras varios tropezones y caídas se encontró en la orilla de la playa. Iba meditando acerca de su triste sino cuando notó que el agua fría del mar se trocaba en caliente cuando pasaba frente al islote plano que da nombre al pueblo. Era tanta la desesperación que sentía, que buscó consuelo tumbándose en aquel barro caliente donde, agotada, se quedó dormida. No podría decir cuanto tiempo permaneció así, pero el sol ya había comenzado a caer cuando se despertó. Fue a levantarse esperando sentir el mismo dolor que la atenazaba cada vez qie iniciaba un movimiento y para su sorpresa este no fue tan intenso como otras veces. Caminó sin rumbo, hociqueando en los muladares que encontraba a su paso, y disputando a las gallinas los desperdicios de las verduras con su paso ranqueante.

Al día siguiente repitió la experiencia del baño de lodo caliente, y como quiera que notaba menguar los dolores y que éstos se hacían más soportables, se convirtió en una asidua de aquella parte de la playa. Su mayor agilidad le permitía perseguir los cangrejos que quedaban aislados en las rocas con lo que su dieta se incrementó y recuperó fuerzas y peso. La desaparición trágica de su hermano hizo que quedasen más restos comestibles en la casa y asi, poco a poco, nuestra protagonista fue medrando y engordando ostensiblemente a la vez que sus andares se iban haciendo más armoniosos, lo que no pasó desapercibido a los ojos de la gente que se preguntaba a qué se debería el cambio obrado en el poobre animal.

Como quiera que nuestra marrana, con ese instinto tan arraigado entre los de su especie, continuaba revolcándose en los lodos y se notaba a ojos vista que cada día que pasaba se encontraba más oronda y lozana, la observadora gente del pueblo que no tardó en asociar lodos y salud y así dio comienzo una peregrinación de tullidos y reumáticos, de las cercanías primero y luego de más lejos que al igual que nuestra marrana , buscaban el alivio de sus dolencias en los lodos calientes que se encontraban frente al islote de isla Plana.

Fue tal la afluencia de gentes deseosas de comprobar en sus doloridos cuerpos la bondad de esta terapia, que en 1895 se concede autorización a D. José Vera García para la explotación de unos baños termales en la costa de Isla Plana que desde entonces y, en honor a su descubridora, el pueblo llano ha conocido como "Los baños de la Marrana".

Efectivamente, la Gaceta de Madrid, en su número 188 de 7 de Julio de 1895 publica la concesión de "explotación de los manantiales que brotan en la isla Plana, a la proximidad de la costa, en el freo que la separa del islote frontero a la misma, concediéndole el terrreno de dominio público solicitado para dicha explotación, con arreglo a las siguientes condiciones..." a nombre de D. José María Vera García.

Aunque los baños en su inicio eran sólo de lodo, dado que el manantial que los alimentaba afloraba escasamente a la superficie, al comenzar la explotación se excavaron hasta cuatro pozos con sus galerías y registros correspondientes, a fin de acceder directamente a las aguas termales que brotaban a una temperatura de 30º , por lo que se les dio consideración de mesotermales.


 

El pozo más antiguo, situado al Norte del conjunto y que se supone fue el origen del mismo, recibe la denominación de "Tío Piana", hallándose el agua entre los ocho y diez metros de profundidad.

Hacia el Noroeste se encuentran dos afloramientos conocidos por los nombres de "El Cura" y "El Sargento", con galerías excavadas en la roca de un metro de ancho por uno y medio de alto. Las dos galerías confluyen en una de unos 20 metros de longitud, aunque se le presupone una longitud mayor.

En la misma orientación Noroeste aflora y son recogidas sus aguas por galería, el manantial conocido por "el Chimborazo, siendo las características de la galeria muy similares a la de los anteriores y accediéndose a las mismas a través del propio edificio de los baños.

Por último y desembocando actualmente en el mar, se halla el manantial conocido como "El Intermitente" debido a que tanto su afloramiento como su caudal han sido variables en el tiempo. Se calcula un caudal de unos 20 litros por segundo , si bien se piensa que el desplome de una de las antiguas galerias lo haya reducido en parte.

Posteriormente, y de forma rudimientaria, se construyó el edificio de los baños lindero a la playa. Consta éste de unos baños colectivos para hombres situados en la parte de Poniente y de otro para mujeres en la de Levante. El centro de la construcción lo ocupaban la sala de espera-consulta y siete cabinas de baño individuales así como las escaleras de bajada a las galerías, de las que ya hemos hablado, y que se utilizaban, aparte de para las labores de limpieza y de mantenimiento, para sacar el agua empleada en las tomas por vía digestiva de la misma.

Para los baños se elevaba el agua por medio de una noria de la galería situada más a Poniente y se conducía hasta un aljibe situado en la parte mas alta del conjunto. De este aljibe partía una tubería hasta una caldera donde se calentaba con fuego de leña y posteriormente, mezclada con agua fría, se distribuía por las bañeras.

Las aguas se tomaban por vía digestiva contra el estreñimiento y para "los males del hígado" y en baños se recomendaban para las enfernedades de la piel y para los dolores del reumatismo, siendo al parecer tan efectivas que muy pocas veces necesitaban los enfermos repetir el tratamiento. El baño costaba un real si se tomaba en la piscina general y tres reales si se hacía uso de las cabinas individuales.

Había también quien se llevaba el agua en garrafones, deseosos de compartir con conocidos las bondades hidroterápicas de las aguas de La Marrana pero éstas adquirían al poco tiempo un desagradable olor y sabor, probablemente debido al alto contenido en azufre de las mismas.

Las aguas de La Marrana constan en la relación de las aguas minero-medicinales de España y aparecen reflejadas en el libro "Terapéutica del Dr. Vicente Pésset (pag. 816, lección 92) en el capítulo titulado "Física e Historia Natural Hidrológica", por lo que presuponemos su cnocimiento fuera del ámbito estrictamente local y comarcal. Las razones por las que cayeron en desuso y acabaron en ruina habría que buscarlas en la pobreza de los medios empleados desde el uso y acabaron en ruina habría que buscarlas en la pobreza de los medios empleados desde el comienzo y en la falta de dirección médica eficaz, así como la ejecución de obras de infraestruturas que trajesen y proporcionasen relativa comodidad a los usuarios de los baños.

Como muestra de esta aseveración baste recordar que el último arrendatario de los baños era un agricultor que se limitaba a administrar las aguas a su buen entender sin ningún tipo de conocimiento científico, y aún así, se calculaba una afluencia anual próxima a las cuatrocientas o quinientas personas.

Y esta es, en síntesis, la historia de los baños termales de Isla Plana. En 1978 se hizo un tímido intento de volverlos a poner en actividad y al final todo quedó en agua de borrajas.


De cualquier forma ahí queda un manantial de aguas termales brotando dentro del mar, casi en la orilla de la playa, con la muda invitación a alguien que quiera a cambio de un poco de riesgo, crear unos baños dignos como los que existen en otras zonas de nuestra provincia.

Pero ¿qué sería de nuestra marrana? Dice el cuento que, curada de sus dolencias y con buen aspecto, sirvió de reclamo publicitario a los baños, percibiendo sus dueños pingües ganancias por enseñarla y que a la muerte de su madre, la sustituyó como cerda de vientre viviendo largos años feliz mientras miraba desde su pocilga a los usuarios de los baños que ella descubrió con su portentoso instinto.

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